De todas las imperfecciones humanas, probablemente sea la de conjeturar la que más en nuestra contra se vuelve Y le sigue muy de cerca la de prejuzgar. Las dos son ramas del mismo árbol. Las dos son ramas de nuestro sistema de creencias. Nos comportamos de manera congruente a ellas. Si creemos que somos buenos en algo probablemente desplegaremos nuestra conducta en esa dirección. Y si así lo hacemos, aumentaremos con mucho las probabilidades de obtener un buen resultado en eso en lo que creemos que somos buenos ya que al menos acumularemos el número de intentos necesarios como para obtener algún logro que así nos lo ratifique. Por el contrario, si creemos que somos malos en algo, también desplegaremos nuestra conducta en esa dirección. Al pensar de esa manera minimizamos el número de intentos cuantitativa y cualitativamente, minimizando también las probabilidades de obtener algún logro que contradiga nuestra creencia. Éste simple mecanismo recibe el nombre de profecía autocumplida y es uno de los pilares de la psicología moderna. Por razones que hasta a los mejores investigadores se les escapan, venimos configurados con la creencia de que nuestro sistema de creencias es inamovible. Precisamente una reestructuración cognitiva básica, que es una de las técnicas psicoterapéuticas más utilizadas hoy en día, consiste en darle la vuelta a esta creencia como si de una tortilla se tratara. Que el paciente alcance a comprender este mecanismo, es esencial para avanzar en la terapia. Y este concepto que puede ser fácilmente encerrado en una frase, es en ocasiones una ardua tarea en según qué arquitecturas mentales. Una persona mayor que ha pasado toda su vida creyendo que las cosas son de una determinada manera tendrá muchas más dificultades en revisar sus creencias, que otra persona, quizá no tan mayor, que se haya pasado algún que otro año pensando que las cosas son de una determinada manera. Cuando prejuzgamos, esto es, cuando emitimos juicios de valor sobre determinadas cuestiones lo hacemos atendiendo a criterios muy inconsistentes pensando que son todo lo contrario: lo que sabemos al respecto que en demasiadas ocasiones creemos que es más que lo que realmente sabemos, lo que vivimos en primera persona que también peca de algún grado de generalización o lo que nos invitan a creer determinadas corrientes de opinión mediáticas. De hecho es muy habitual emitir un juicio sobre algo o alguien en clave negativa y cambiarlo radicalmente cuando se disponen de elementos de juicio suficientes como para emitirlo. Lo triste de esta forma de ser es que mientras crees que ese algo o alguien es cómo crees que es, despliegas tu conducta como si realmente fuera así. Y si por lo que fuese, nunca tienes la posibilidad de acceder a esos elementos de juicio en los que realmente basar un juicio de valor, te pasarás toda la vida con una realidad alternativa en la cabeza que nada tiene que ver con la auténtica. Si esto es lo que sucede cuando prejuzgamos no es menos interesante ver lo que sucede cuando conjeturamos. Conjeturar es algo así como predecir el futuro. Hacemos cientos de conjeturas cada día. Sería muy interesante calcular el porcentaje de aciertos que tenemos las personas cuando conjeturamos. Yo lo he hecho con algunos pacientes. Y me congratula comunicarte que no llega al 1%. Esto significa que cuando pensamos que las cosas nos van a ir mal, o que asistir a aquella cena va a ser un rollo, o que nuestro avión se va a estrellar, o que esa película no tiene buena pinta, o que no merece la pena hacer un determinado esfuerzo, casi nunca acertamos. Sin embargo nos predisponemos a sentirnos, y terminamos sintiéndonos de hecho, como si las cosas siempre fuesen mal, las cenas siempre fuesen un rollo, los aviones siempre se estrellase o las películas fuesen siempre malas. Y ésto en el caso de que nos permitamos asistir a la cena, ir al cine o subir al avión. Digo esto porque lamentablemente quienes prejuzgan y conjeturan de esta manera, que son la mayoría, suelen no asistir a la cena, no ir al cine y no subir al avión. La buena noticia es que del mismo modo que prejuzgas y conjeturas en clave negativa garantizándote con ello un malestar potencialmente capaz de arruinarte la vida se puede aprender a no prejuzgar y a no conjeturar o al menos, si se hace, hacerlo de manera que no te arruine la vida, esto es, hacerlo de manera que juegue tu favor, es decir, en positivo. Las cosas van a ir bien, la cena va a ser una fantástica experiencia social, el avión no se va a estrellar, la película te va a gustar y sí que merece la pena hacer ese esfuerzo. Creyéndolo así aumentadas significativamente las posibilidades de que la idílica realidad que te has creado en la mente coincida con la auténtica porque el mapa no es el territorio… a no ser que nos interese.