El sol comenzaba a desinflarse para permitir que los humanos puedan salir a las concurridas calles de Ciutadella cuando el minutero del reloj quería alcanzar la cúspide norte de su esfera mientras la manecilla pequeña se acostaba apuntando al nueve. Callejear en agosto por cualquiera de las poblaciones de Menorca es un espléndido entretenimiento. El catálogo de especimenes que pueblan y recorren las calles experimenta un curioso in crescendo durante la segunda quincena del mes que, a buen seguro, dará paso a un slow turism entrado ya septiembre. Pero todavía se pueden contemplar los rojos más intensos en las descuidadas pieles inglesas que han elegido acercarse por aquí este verano. Tan rojas algunas que dan ganas de soltarle a alguno aquello del chiste del malogrado y genial Eugenio: ¡A ti te parió una gamba!. Pero, no creo que lo entendieran. Tampoco es difícil cazar algún que otro estupendo par de calcetines enfundados en unas no menos estupendas chancletas e, incluso, dentro de unas abarcas, lo que atenta frontalmente con la dignidad nacional en general e isleña en particular. O me lo parece, o el deambular del turista extranjero se lleva a cabo de un modo más contraído que de costumbre. La caza del viandante por parte de los cancerberos de restaurantes que tratan de atraer al comensal al interior del local alcanza pobres ratios. Se ha pasado de conseguir que entrasen uno de cada tres contactos a menos de uno de cada diez. Además, se da la circunstancia que en las mentes de los posibles clientes aparece, en ocasiones, sentimientos de culpa al ver grandes locales perfectamente preparados para recibir lo que otros años eran avalanchas y este año albergando mesas sueltas. Hecho este perceptible sobretodo allá donde se concentran mucha oferta en poco espacio. Por otro lado, en lugares donde esto no es así, es decir, locales hosteleros a los que te tienes que desplazar ex profeso para ir a él, la pelea no existe. Y muchos de los que están enclavados en espacios como el que acabo de describir son los grandes triunfadores de la temporada. Con la particularidad de que no has sido obligado de facto a consumir en él. Parece que la calidad se impone a la cantidad. No siempre es así, pero en esta ocasión al parecer… sucede. No obstante, no todo el mundo se atreve a abrir nuevas rutas y es encomiable que alguien lo haga de vez en cuando. En el tema del que hoy hablamos, me estoy refiriendo a ofrecer cantidad y calidad. Seguramente con déficit la primera vez pero a medio plazo consigues algo mucho más importante que todo ello junto, la fidelidad. El salvavidas del hostelero inteligente es encontrar la manera de que su cliente, una vez haya llegado allí como sea, ora bien siendo asaltado y empujado en plena calle hacia el interior del restaurante, ora bien se haya personado en el mismo en respuestas a alguna audaz publicidad, vuelva sea como sea. La repetición del cliente en el restaurante es la clave. Mi sensación es que muchos ni lo tienen en cuenta. Se conforman con que entren una vez y consuman olvidando que muchos permanecen el tiempo suficiente en la isla como para volver e incluso no considerando que muchos comensales están dispuestos a comer o cenar en el mismo sitio si éste colma sus expectativas. Es por ello, que he observado tristemente cómo un número significativo de locales buscan clientes a la desesperada, por no decir, a la heroica cuando una estrategia más pausada que combine calidad y cantidad en el primer encuentro que tienen con su potencial cliente repetidos seguramente arrojaría mayor resultados en el balance de la temporada y menos quebraderos de cabeza. He dicho.