Sa Quadra

Escondido en la cuesta arriba (si vas en coche) de Santandriá se encuentra el restaurante Sa Quadra. Dar sus primeros pasos en él es como trasladarse en el tiempo con gusto. Cuanto más al fondo entras, más sabor a Menorca profunda encuentras. Tanto es así que pocos conocen la cueva ganada a la piedra donde cuatro mesas para dos o tres personas esperan hieráticas y pacientes a ser ocupadas por sus comensales. Al ser verano, los visitantes prefieren las mesas exteriores pero, cuando la temperatura no lo permita, son sin duda las mejores mesas del local. No sé si el reciente cambio de manos en la gestión del restaurante contemplará dentro de su política la posibilidad de abrir en invierno solo con las mesas interiores, si quiera sea los fines de semana, pero los residentes en la isla agradeceríamos disponer de un lugar como este para ir a cenar alguna vez. El trato de la hostelería menorquina para con el comensal es en toda la isla exquisito y…  excesivo en amabilidad en ocasiones. Encontrar el punto de equilibrio entre atender bien y no ser pesado no es tarea fácil para muchos profesionales. El nuevo gerente del restaurante Sa Quadra respira hostelería por todos sus poros y rezuma profesionalidad en este sentido. Algo cortos de personal la noche de mi crítica hizo que se tardara un poco en comenzar la cena, “contra” éste que quedó rápidamente sepultado por los muchos “pros”. Para empezar, la totalidad de sus mesas además de estar convenientemente cubiertas en su techado y abrigadas en sus lados por la estructura exterior del local, en realidad, están en una terraza que no parece abierta lo que permite la posibilidad de fumar sin perjuicio de quien haya optado por  no hacerlo. El día no había dado para mucho en lo que a desgaste de energía se refiere y no habían discurrido muchas horas entre la crítica de la comida de mediodía y la cena así que opté por un pedido de contención al no tener mucha hambre. Así que la comanda consistió en un plato y dos entrantes más una ensalada… todo al centro. La ensalada era de atún. La ensalada de atún con más atún que éste crítico haya visto nunca, servida en un plato de 30 centímetros con servicio de aliño aparte al gusto. El servicio de aliño correcto y limpio. Lo digo porque en ocasiones sirven una aceitera/vinagrera que parece recién extraída de las mismísimas entrañas del infierno a tenor de lo sucia, descuidada y maloliente que está. No fue el caso. Llamaron mi atención una berenjenas menorquinas que conquistaron el puesto de segundo entrante. Delicioso a la par que con un delicado punto heterodoxo en su elaboración. Correcto en cantidad y presentación. El primer entrante fue otorgado a unas sardinas a la brasa que yo pensaba que habría que buscar entre las rodajas de limón que, supuse, vendrían en el plato, pero no. El tamaño de las mismas, de haber estado con vida, podrían haber permitido que fueran ellas las que me comieran a mí. El plato cárnico que obtuvo el consenso necesario para ser pedido, fue el de una parrillada de carne que discretamente figura en la carta tras el entrecot, el solomillo y las chuletas de cordero a 15 €. La razón: no tenía mucha hambre. Sin embargo, hizo acto de aparición una cantidad cuasi indecente de todo tipo de carnes (unas más acertadas que otras) en una fuente de casi 40 centímetros de longitud. Al haberle dicho al camarero en el momento del pedido: ¡Todo al centro! Y llevando la obediencia al cliente a su máxima expresión sirvió todos estos platos a la vez. No hubo ningún problema en solicitar y se concedido un golpe de calor a la carne cuando me dispuse a hincarle el diente ya que en el transcurso de la deglución de las berenjenas, las sardinas y la ensalada había perdido algo de temperatura. Acostumbrado a raciones más escasas no imaginé que uno de los lemas del restaurante fuese: ¡Que nadie salga de aquí pensando que hay raciones cortas en ninguno de nuestros platos!. Para acompañar este banquete se optó por el tinto de la casa ya que este era un La Viña que es un excelente vino catalán 100% tempranillo que puedes encontrar en las tiendas a un euro con ochenta y cinco céntimos (y que en carta figura a 8 €) y que no desmerece para nada el nivel del local. Su carta de vinos no es para tirar cohetes pero sí notable. Llama la atención encontrar un buen surtido Riberas del Duero además de los consabidos vinos menorquines. Se echa en falta, sin embargo, un decantador para este y para cualquier vino. Todo vino debe ser decantado a partir de los 3 meses de barrica. En cuanto al precio, dos personas cenan por menos de 50 € sin problemas si son conocedoras de las cantidades y saldrán completamentamente satisfechas sensorial e intestinalmente. Por último es de agradecer que no te claven quinientas pesetas por traerte un par de minipanecillos, hecho éste que tristemente sucede en multitud de restaurantes dándote ganas de llevarte el pan de casa y plantarlo encima de la mesa como si nada. Tampoco éste fue el caso. En definitiva, un lugar recomendable y escondido que merece la pena visitar.