LA FORMULA DE LA FELICIDAD


Puede que la fórmula de la felicidad sea una de las más buscadas desde el principio de los tiempos por la humanidad. Lo cierto es que cada lustro que pasa con sus avances científicos adheridos a él, nos vamos acercando a las respuestas de casi todas las preguntas que como especie humana nos hemos planteado. Habrá que aceptar, no obstante, que, cuando tengamos respondidas unas, sin duda surgirán otras convirtiendo este proceso en un ad infinitum que convendría aceptar cuanto antes para no desfallecer en el proceso. Pero, consideraciones filosóficas aparte, desde la psicología positiva, que es ese nuevo enfoque que Martin Seligman se encargó de imprimir a la joven ciencia psicológica cuando tomó posesión de la American Psychological Association allá por los años 90, se han descubierto algunas cosas importantes hasta el punto de tener casi del todo esbozada la auténtica fórmula de la felicidad. Sería ésta: F = R + C + V. “F” sería la felicidad entendida más como rasgo (esto es, constante en el tiempo) que como estado (lo que sería más hedonismo que felicidad). Es decir, la fórmula pretende dar las claves para aterrizar en un status en el que las probabilidades de ser feliz de manera sostenida en el tiempo,  se incrementen considerablemente. Por ello, la fórmula pretende definir la felicidad duradera y no la felicidad inmediata (es decir, el hedonismo) cuya fórmula ya la conocemos todos: un premio de la lotería, una buena comida, un buen viaje e incluso un buen masaje nos proporcionaría felicidad inmediata pero no duradera. Para saber qué nos proporciona felicidad duradera tenemos que seguir avanzando en la fórmula. “R” es el rango fijo o, lo que es lo mismo, la herencia. Todos venimos configurados por defecto con un nivel básico de felicidad duradera (que puede ser alto o bajo) y que viene determinado por cómo nuestros antepasados han manejado, encarado, gestionado, solventado, arreglado, ajustado, etc… sus adversidades y no adversidades que las distintas vidas le depararon a cada uno de ellos. Es algo así como un punto de retorno al que tenemos tendencia a volver si colocamos nuestra caja de cambios de la felicidad en punto muerto. Curiosamente no importa lo bien que nos vayan las cosas o lo mal que nos vayan las cosas, tenemos tendencia a no ser más felices  (ni menos) que el punto que determina nuestra herencia (la “R”). La “C” son las circunstancias externas que ejercen influencia sobre nuestra felicidad duradera. Y curiosamente hay muchos mitos que, las investigaciones llevadas a cabo en muchos países desde que se dotaran presupuestariamente las mismas al darle el banderazo de salida oficialmente a la psicología positiva, han tirado por tierra. De hecho, se puede hablar de 3 grupos de circunstancias externas que influirían de manera nula, moderada o alta sobre nuestra felicidad duradera. Entre las circunstancias externas que ejercen nula influencia se encuentran la edad, el género, la educación, la clase social, el salario, la etnia, la inteligencia y el atractivo físico. Entre los que ejercen una influencia moderada están el número de amigos, el matrimonio, la religiosidad, el tiempo de ocio, la salud física y la extraversión. Y entre los que ejercen una influencia alta sobre la felicidad: la gratitud, el optimismo, el tener/no tener trabajo y la actividad sexual. Digo que las investigaciones derruyen algunos mitos porque para sorpresa del lector (y también para mí en su momento) variables como la edad (ser viejo o joven) o el dinero (tener mucho o poco)  no tienen ningún efecto sobre la felicidad y, en cambio, el optimismo o sentirse agradecido, sí. Igualmente de llamativo es que la salud física tenga una importancia moderada (se han hecho estudios con tetrapléjicos o enfermos crónicos y no ha habido diferencias abismales en el grado de felicidad duradera) al igual que la religiosidad, por ejemplo. La tercera de las variables de la fórmula de la felicidad es la “V” que hace referencia a las variables internas o personalidad. Aquí se ha descubierto que la extroversión es un rasgo de personalidad que correlaciona positivamente con la felicidad. También sabemos que los rasgos de personalidad son bastante estables e inalterables a lo largo de la vida, es decir, cada uno es como es la mayor parte de su vida, pero esto no significa que un introvertido no pueda desplegar conductas extrovertidas. De hecho, se ha demostrado que los introvertidos que llevan a cabo conductas extrovertidas cubren cubren la “V” de la fórmula de la felicidad como los propios extrovertidos. Así que… no hay excusa. Martin Seligman lo resumió de la siguiente manera: “Si deseamos elevar de forma duradera nuestro grado de felicidad cambiando las circunstancias externas de nuestra vida, debemos vivir en una democracia, casarnos, forjar un entramado social rico y acercarnos a la religión. Sin embargo, no hace falta que nos molestemos en ganar más dinero, gozar de buena salud, elevar al máximo nuestro nivel de estudios ni cambiar de raza o trasladarnos a un clima más soleado”. Ahí queda eso.