PIR

Recuerdo que hace unos años, acudir al psicólogo significaba poco menos que estigmatizarse socialmente como “estar como una cabra” o, al menos, eso se pensaba coloquialmente en la calle. Es más, no era extraño recibir en la consulta a algún paciente enfundado en una gabardina con gorra y gafas de sol constituyendo un look casi exacto al que nos viene a la cabeza si pensamos en alguien entrando a un sex-shop. Sin embargo, y afortunadamente, la figura del profesional de la psicología ha evolucionado bastante y, hoy por hoy, acudir al psicólogo no es muy diferente de acudir al oculista o al podólogo. A ello ha ayudado bastante que este profesional socio-sanitario se haya hecho presente en muchos órdenes de la vida cotidiana. Ya nadie se extraña de ver a un psicólogo haciendo la revisión psicotécnica para sacarse o renovar el permiso de conducir o de armas, en una comisaría atendiendo a víctimas de abusos sexuales, en un equipo deportivo de élite orientando a deportistas y demás actores implicados en estos escenarios a lograr sus objetivos o, más recientemente, con un chaleco fluorescente donde reza la palabra psicólogo en la espalda en distintas catástrofes naturales (por ejemplo, la de Haití). A muchos les sorprenderá que un psicólogo con chaleco reflectante deambule por los rescoldos de un terremoto o un accidente aéreo pero, es así porque está demostrado que la aplicación de determinados recursos y técnicas psicológicas en los instantes inmediatamente siguientes  a un suceso de esas características (entre las que también englobaríamos atentados, accidentes de automóvil, accidente aéreos o incendios), minimiza muy sustancialmente los efectos psicológicos del desconocido síndrome de stress post-traumático. Este cuadro de ansiedad puede ser tremendamente incapacitante para quienes han sido victimas no mortales de este tipo de acontecimientos. Muchos piensan que no tiene la entidad suficiente como para considerarlo una enfermedad pero, cuando se conoce lo suficiente, el gran público debe de saber que durante meses un superviviente a una catástrofe experimenta una catarata de procesos psicológicos internos que pueden prácticamente paralizar la vida de cualquiera de ellas. Por eso, desde aquí, destaco la labor de todos los psicólogos que a través de diferentes instituciones y organismos internacionales han tenido el coraje y el altruismo (la más ella forma de egoísmo, alguien dijo) de trasladarse hasta este país para reducir la devastación psicológica que el seísmo pueda producir en la población superviviente y, de paso, reivindicar la figura  del psicólogo al lugar que le corresponde. Por esta y por algunas otras razones, y después de diecinueve años de profesión, he podido ir viendo como la gente ha ido variando el cómo y el por qué acuden a la consulta de un psicólogo hasta, me atrevería a decir, un punto de cuasinormalidad. Y digo cuasi, porque epidemiológicamente sabemos que un veinte por ciento de la población en sociedades industrializadas y occidentales sufre distintos problemas de salud mental que solo el desconocimiento o el punto de freno a acudir al psicólogo impide que se resuelvan mejor y más rápidamente. Desafortunadamente, la seguridad social no provee de profesionales de la psicología suficientes para atender a toda la demanda de la población. Y al ser tan pocos, la frecuencia terapéutica es a todas luces insuficiente (me refiero a verse una vez al mes o cada dos meses). Precisamente hace escasos días se convocaron ciento y pico plazas de PIR (psicólogo interno residente) para toda España mientras que se ofertaron más de cuatro mil plazas de MIR (médico interno residente). Es por ello, que la psicología clínica se mueva mayoritariamente en la esfera privada (como pasa con los dentistas) pero también es cierto que menos da una piedra ya que hace no muchos años se convocaban una cincuentena de pires para todo el país. Poco a poco, la cosa va cambiando. Acudir al psicólogo cada vez es más normal sobretodo para quienes ya han acudido alguna vez que son los que han podido comprobar que del mismo modo que un terrorífico dolor de muelas se puede solucionar con un simple empaste, un terrorífico dolor del alma puede solucionarse con un simple ejercicio o con una simple conversación.