Ya me pasó con las setas. En varias ocasiones, allá por octubre, me eché al monte alegre y contento bien pertrechado con mi cesta de mimbre en busca de esclatasangs. Incluso acudí a la exposición que sobre ellos había en el Centre de la Natura de Ferreríes con el fin de ampliar conocimientos y formarme como buscador de setas, aprender donde y cómo buscarlos, diferenciar los inofensivos de los peligrosos, etc. Miré por Internet catálogos micológicos de los cinco continentes y tras un número suficiente de salidas no conseguí encontrar ni uno ni medio. Mientras hurgaba con determinación los pies más sombríos y húmedos de los pinos más frondosos por distintas partes de la isla, veía pasar a otros buscadores con diez y doce kilos de esclatasangs en sus canastos afectándome hasta desencajárseme en un rictus de desconfianza y rabia. Pasaron los días y le daba vueltas y vueltas a las razones que podrían explicar que no fuese capaz de detectar ni un solo robellón y terminé concluyendo que era simplemente debido a mi inexperiencia y a mi ignorancia sobre los mejores momentos y los mejores lugares. Reconozco que se me pasó por la cabeza que existía algún comando de élite que por las noche se organizaban en escuadrones que peinaban la isla de levante a poniente y de norte a sur recogiendo a su paso cualquier esclatasang digno de ser comido, dejando a los domingueros buscadores alguna que otra seta suelta y algo de pinocha, además de las venenosas. Pero, pronto me quité de la cabeza semejante idea peregrina. Sin embargo, en la última semana y la actual me ha dado por ir a buscar espárragos. He acudido a esparragueras distantes entre sí, a distintas horas del día y de la noche. Me he cerciorado del tipo de mata cotejando las más recientes fotografías tomadas por los mejores expertos fotógrafos en esparragueras. Incluso he fingido pasear como si no me importaran los espárragos pero mirando de reojo a cada una de ellas. Y, ahora, estoy seguro. El mismo cuerpo de élite que organizados en batallones y equipados con la última tecnología dejaron sin esclatasangs la isla, ha peinado, también en esta ocasión, toda la isla y han cogido todos los espárragos. Porque si no es así, no se entiende que no haya encontrado ni uno. Debe haber algún bunker secreto donde los profesionales recolectores de espárragos se dan cita meses antes de llegar la temporada para localizar las esparragueras productivas y hacerles un seguimiento nocturno de manera que cuando el espárrago brota, un selecto grupo de elegidos con trajes de camuflaje para no ser vistos, y, en plena noche, repta hasta la misma y retira el espárrago de la esparraguera. También estoy convencido que para no levantar sospechas, dejan uno o dos espárragos por kilómetro cuadrado, de manera que los buscadores amateurs de espárragos, como puedo ser yo, podamos encontrarlos tras días y días de búsqueda y te puedas hacer una tortilla de espárrago (sí, si, en singular), de un huevo, para mantener viva la ilusión hasta la temporada que viene. Añadiría que, el sufrido buscador amateur de espárragos, recibe más de un profundo puyazo de las espinas defensoras de las esparragueras. Entre nosotros nos reconocemos sin hablar mirándonos las manos. Si éstas están llenas de arañazos en estas semanas y no tiene gato, es que se dedica a la búsqueda del preciado trofeo liliáceo. Aún así, persistiré en mi búsqueda hasta especializarme y poder hacerme una tortilla de espárragos (esta vez en plural) de dos huevos o entrar en el grupo clandestino de recolección del Asparagus Officinalis. Al menos, aunque no cojas ninguno, es divertido.