PROCRASTINACION: EL PROBLEMA


Postergar, posponer, dejar para mañana o más recientemente, procrastinar ( del inglés procrastination) son sinónimos de un hábito que a todos nos ha afectado alguna vez y que a algunos se les instala torturándoles. Cuando hablamos de procrastinación nos referimos al hábito de evitar conscientemente aquellas tareas que se perciben como desagradables o incómodas dilatándolas a veces sin límite en el tiempo con los consiguientes efectos negativos que ello conlleva. Las situaciones pueden ser de lo más cotidiano, por ejemplo, retrasar el momento de reunirse con los compañeros de trabajo o empleados para tratar un tema espinoso, retrasar el momento de pedir un aumento de sueldo o de lo más importante, como por ejemplo, presentarse al examen de acceso a la universidad para mayores de 25 años, operarse de menisco o cancelar un embargo. Por lo tanto, se podría hablar de dos tipos de hábito de posponer. El que pospone aspectos cotidianos y el que pospone aspectos de desarrollo. El primero atenta contra la autovaloración en clave de eficacia y pasa factura al autocalificarse de ineficaz o desastre al percibirse incapaz de limpiar su casa, atender determinados pagos, pasar la ITV del coche o ir al dentista. En segundo modo de procrastinar repercute en el individuo paralizándolo al dilatar “sine die” en el tiempo finiquitar una relación de pareja tóxica, moderar el consumo de tabaco, reciclar sus conocimientos profesiones con vistas a mejorar laboralmente, etc. Han sido muchos las aproximaciones teóricas al fenómeno de la procrastinación para encontrar un modelo que explique su funcionamiento. Quizás la más aclamada haya sido la llevada a cabo por William Knaus que mantiene que son la autoduda y la baja tolerancia a la tensión los dos ejes sobre los que se gesta y se consolida este indeseable hábito. Sin embargo, deja fuera en mi opinión, razones mucho más prosaicas y mundanas como posponer algo porque nos pueda dar simplemente la real gana (esto es, pereza) o debido a patologías como la depresión pasando por situaciones de crisis existencial o alienación personal. En esas situaciones, cabe posponer todo a cambio de resolver antes lo que el individuo considera condición sine qua non que esté resuelta antes de pasar a otros asuntos. Por ejemplo, parece lógico pensar que un individuo que esté pendiente de un ingreso en prisión hoy o mañana, posponga comprar arena para su gato. Una de las razones por las que se enquista el hábito de posponer es la mala gestión del tiempo de los procrastinadotes por exceso de autoconfianza. Al confiar excesivamente en las propias posibilidades, una tarea para la que tenemos un plazo de tiempo la consideramos hecha aunque todavía no al hayamos ni empezado. Además, cuando ya apenas queda tiempo la sacamos adelante a duras penas e in extremis concluyendo interiormente o bien que “trabajamos mejor bajo presión” o bien que “mira qué resultado he tenido… sin apenas tiempo”, reforzando con ello la probabilidad de que vuelva a suceder. En otras ocasiones es debido a un fenómeno conocido con el nombre de “mente voladora”. Esto es, personas cuyo caudal creativo es tal que son incapaces de dar forma a las ideas que tienen porque sencillamente están constantemente generando nuevas ideas. La efervescencia de una nueva idea es más atractiva que la disciplina que implica poner en marcha la anterior. Un tercer grupo de procrastinadotes lo conforman aquellas personas que tienen tendencia a abarcar más de lo que pueden produciéndose una ruptura en el binomio dedicación-resultados que señala que la procrastinación ha hecho acto de presencia. La semana que viene, Procrastinación: La Solución.

Psicologo Online