EL BURKA O EL MOTIN DE ESQUILACHE


No pensaba que algún día me animaría a reflexionar sobre estériles polémicas como esta del Burka, pero se me abren las carnes cuando oigo y veo algunas cosas y escribir sobre ellas es mi manera de hacer catarsis de las mismas. Resulta que algunos municipios de Cataluña han prohibido el burka, amén de haber prohibido también circular sin camiseta por según qué zonas, lo que no deja de ser una cierta contradicción. No queremos ni que te tapes ni que te destapes demasiado, pero bueno. No estaría de más aclarar algunos conceptos, así, de paso, leer este artículo te sirve de algo. Por un lado tenemos el hijab que es un velo que cubre el cabello y normalmente el cuello y que se puede acompañar de ropa occidental por ejemplo. En segundo lugar tenemos el chador es que un velo que cubre cabeza y cuello y que llega hasta los pies. En tercer lugar, tenemos el niqab que es un velo que solo deja los ojos al descubierto y, por último el burka, que es la túnica de la discordia que cubre a la mujer de pies a cabeza y deja una rejilla en la cara para que puedan ver. Conviene asimismo aclara que se trata de una prenda ni islámica ni coránica que tiene su origen en el desierto. Tenía fundamentalmente dos funciones. Por un lado proteger a la persona de los fuertes vientos areniscos del desierto (de hecho, era llevada por mujeres y hombres) y, por otro, proteger a las mujeres de los raptos habituales que se producían en los desiertos. Vestirse con el burka impedía al raptor en el asalto distinguir entre ancianas o mujeres en edad de procrear por ejemplo. Fue a principios del s.XX y en Afganistán cuando adquiere ese cariz opresor ya que un tal Habibullah (1901-1919) lo declara obligatorio para impedir que las mujeres de su harén tentaran a otros hombres. Curiosamente se asoció a clases altas y pudientes y por los años 50 se extendió espontáneamente al resto de clases sociales como forma de emular a la élite del país. El resto, es ya la pajarraca mental occidental a la que tendemos cada poco tiempo. Porque, digo yo, ¿debería de impedirse que un costalero con capirote de los de Semana Santa entre en una biblioteca? ¿deberíamos de impedir también que nuestras religiosas se quiten su tocado para entrar en un ayuntamiento –tocado que no lo mismo que un hijab-? ¿se debería impedir que una novia se case con un velo blando cubriéndole la cara? Y voy más allá, del mismo que pretendemos obligar a verter de un determinado modo cuando un extranjero viene aquí, ¿sería lógico que cuando una española viaje a un país donde sea habitual llevar estas prendas sea obligada a colocarse una? Guarda un interesante parecido esta situación con algo que ya sucedió en España allá por 1776 y que recibió el nombre de Motín de Esquilache. Leopoldo de Gregorio, un ministro italiano que tenía el rey Carlos III, publicó un bando que prohibía la capa larga y el sombrero de ala ancha porque decía que vestido así cualquier madrileño podría portar armas y participar en cualquier maldad sin ser reconocido. Todo esto en una época en la que el precio del pan se había duplicado en 5 años, las cosechas no había sido buenas y, en definitiva, la gente estaba disgustada. El bando que pretendía aportar orden y limpieza a las calles, detonó una serie de revueltas que terminaron con la mediación de un sacerdote que obligó al rey a aceptar las condiciones impuestas por los ciudadanos que habían asaltado un cuartelillo, acuchillado a un sirviente del marqués que ofreció resistencia en la propia casa del Marqués de Esquilache (se llama así por la castellanización de la palabra italiana Squillace –municipio de Calabria-) y ya se dirigían al Palacio Real. Las condiciones que tuvo que aceptar el rey Carlos III de viva voz fueron, entre otras, : el destierro del marqués de Esquilache y su familia, que no existan ministros extranjeros, bajada de los precios de los comestibles, que sea conservado el uso de la capa larga y el sombrero de ala ancha. Y es que en los pocos episodios que la historia ha albergado donde el pueblo consigue lo que quiere uniéndose, a mí se me saltan las lágrimas… de alegría.