Cíclicamente surgen en los medios de comunicación listados de sectas con la noble intención de prevenir al incauto adepto de que irrumpan en sus vidas. Sin embargo, no siempre está claro que se consiga ese objetivo y, en algunos casos, se obtiene un efecto negativo tanto para el grupo tachado de sectario como sobre los hipotéticos benefecios que algunas sectas constructivas pueden brindar a los seguidores. El problema estriba en la definición de secta, algo muy ambiguo y todavía no bien tipificado. Por un lado, etimológicamente hablando, secta significa “seguidor” lo que no es malo en sí. Si admitimos a trámite la traducción anglosajona del término (“cult”) hace referencia a una “veneración religiosa oficial” y, todavía en un sentido más amplio, podemos hablar de secta para referirnos a cualquier grupo minoritario. Los estudios llevados a cabo en su mayoría por disciplinas como la teología, la sociología, la antropología y la psicología, distinguen precisamente la vertiente desde la que se accede a abordar el concepto. Así, teológicamente, se habla de secta para referirse por ejemplo al cristianismo en sus comienzos (como grupo minoritario que fue); sociológicamente, se podría considerar secta a cualquier tipo de asociación (desde un club de fumadores hasta la afición de un equipo de fútbol pasando por una peña de unas fiestas locales); antropológicamente, incluso se plantea la necesidad y conveniencia de agruparse para la consecución de determinados objetivos o para la propia supervivencia del grupo y, por último, psicológicamente se abordar teniendo en cuenta estrictamente el comportamiento. Por otro lado, básicamente se habla de tipos de sectas: la destructiva que exige absoluta devoción del adepto, la coercitiva que implica manipulación y crea dependencia y la totalitaria que anula por completa a la persona. Sin embargo, no se habla de las sectas constructivas (queda acuñado desde hoy el término) para referirse a grupos cuya influencia sobre sus seguidores podría considerarse sectaria (en el peor sentido) pero que aporta más beneficios que perjuicios. Algunos ejemplos serían una ONG, una asociación de amas de casa o un club de piragüismo. La dedicación de los seguidores de este tipo de asociaciones puede ser de tal envergadura que bien podría ser considerado como excesivo para quien no pertenece a ellos pero que, por el contrario, inyectan bienestar y aspectos positivos que también deberían de tenerse en cuenta (vamos, digo yo). A un nivel comportamental, el lavado de cerebro (más sutilmente llamado por algunos reforma de pensamiento) se llevaría a cabo controlando el entorno y manipulándolo. Las técnicas para desplegarlo pasan por el aislamiento de la familia y del círculo social más próximo, el control de la información, la dependencia existencial o el debilitamiento psicofísico. También la simplificación de la realidad al binomio bueno-malo o placer-dolor y, lo más grave en mi opinión, la denigración del pensamiento crítico, la identificación con el grupo (o el líder) hasta su máxima expresión y los cánticos o mantras (potente mecanismos de control mental). Dicho esto, si pensamos en el comportamiento de las fans adolescentes de algunos iconos de la música pop, el comportamiento de los hinchas de un club de fútbol de primera división o el comportamiento de los afiliados a un partido político en un mitin, podríamos considerarlo sectario a todas luces. Por todo ello, creo conveniente revisar el concepto y sobretodo el uso perverso que de él se hace en según que situaciones. Un detonante para considerar a un grupo (religioso, comercial, etc.) es que las quejas de quienes estuvieron dentro sumen un número suficiente y que alguien dedique tiempo a su recopilación. Pero, el hecho de que nadie haya recopilado las quejas en forma de historias personales de los damnificados del cierre de una empresa, o los disgustos de los seguidores de un equipo de fútbol o baloncesto cuando el equipo no gana (o desciende de categoría), o nadie haya dedicado tiempo a calcular la extorsión económica que supone ser afiliado a un partido político o sindicato, o el merchandising que terminas adquiriendo al cabo de una vida de tu ídolo del rock, no significa que colectivos bien vistos por el gran público no pudieran ser considerados una “secta”. En mi opinión, lo son… pero constructivas. El adepto es consciente de que sigue irracionalmente un líder o un ideal, lo hace con gusto y tiene capacidad de crítica (al menos en privado con otros seguidores) de vez en cuando. Es esta crítica privada la que determina si estamos antes una secta tal y como se percibe coloquialmente (es decir, algo malo) o estamos antes un grupo no mayoritario que desde fuera no se termina de entender.