SPIELBERG CHOCHEA

No sé si será la edad de él (65 años recién cumplidos en diciembre pasado) o la mía, pero War Horse (Caballo de Batalla), la última película del semi-dios Steven Spielberg ha decepcionado sobremanera a sus incondicionales. En plena reestructuración del sector por las bravas con la mano dura que las autoridades yanquis están llevando a cabo a las páginas web de visionado de cine online (en lugar de apostar por una renovación del modelo más consensuada con el usuario –es cuestión de tiempo que surjan nuevas páginas web alternativas a megaupload-), lo que obliga a los amantes del cine a acudir a las salas, haciendo más sangrante, si cabe, el precio de la entrada, la propuesta lo tenía todo. Películón de Spielberg recién estrenado con todos los ingredientes para una tarde/noche de cine gloriosa. Historia épica de la relación entre un chico y un caballo, fotografía de ensueño, pulcritud y saber hacer en la confección de la película, paisajes que te dejan con la boca abierta, miles de extras  y, todo ello, en la pantalla gigante del nuevo y flamante cine de Ciutadella con tus palomitas y la sala llena. Todo hacía presagiar que era una apuesta segura. Como lo fue hace bien poco Super 8, una especie de ET 2, película iniciática para niños que todavía guardaba el aroma de Poltergeist o Tiburón.



Sin embargo, la esperada War Horse se convirtió en una tortura de 150 minutos de infumable y pretendidamente lacrimógeno relato lineal previsible y simplón. Me costaba creer que realmente hubiera sido dirigido por él, pero al terminar y ver el título de crédito del “Directy by” con su nombre casi me echo a llorar. Confiaba en que hubiera sido una de esas producciones donde él solo pone la pasta y otro se encarga de contar cinematográficamente la historia. Pienso que todavía cabe esa posibilidad, es decir, que aunque oficialmente figure él como director, haya sido otro quien la haya hecho de facto, al estilo de los negros de algunos escritores. Porque, de lo contrario, el mito del ínclito director se ha desinflado más que un condón usado.

Se supone que se narra la historia de un caballo, Joey, elegante , especial y milagroso (he visto algún burro en alguna tanca de poniente más bonito) y cómo este va pasando de mano en mano casualmente cayendo bajo el ala de amantes incondicionales de los animales hasta tal punto de colocar su amor por el caballo por encima del amor a su propia vida. El elegante animal es comprado en subasta por el padre de Albert, su primer amo (con el que el público asistente, por cierto,  está esperando el reencuentro toda la santa película) por el padre de éste en plena efervescencia etílica para arar el campo.  Después de arar un pedregal y conseguir cosechar berzas, una tormenta arruina la cosecha y el granjero no puede pagar el alquiler al terrateniente con lo que vende el caballo a un oficial con motivo del estallido de la Primera Guerra Mundial. El caballo se va del Reino Unido al continente europeo y pasa por las manos de un par de hermanos alemanes (a cada cual más tonto), por una pareja de abuelo-nieta que es una especie de reedición de Heidi en la campiña francesa, por un soldado de infantería alemán que lo utiliza para tirar de un cañón, hasta que al caballo le da por correr y enzarzarse con alambre de espino justo a mitad de camino entre dos trincheras (una inglesa y una alemana) donde un soldado de cada bando lo liberan con unas cizallas. En ese momento, se lo rifan, le toca al inglés, se lo lleva a la retaguardia donde un doctor dice que se tiene que sacrificar pero da la casualidad que Albert, su primer dueño, está convaleciente en ese hospital inglés de la retaguardia afectado en los ojos por un gas. Llega a sus oídos que un caballo anda por ahí y él adivina que se trata del suyo, le silba y lo salva. Luego vuelve a casa y se abraza con su familia en una escena que los actores que la rodaron todavía no me explico cómo se aguantaron la risa.

La historia, sin tener nada del otro mundo, no es necesariamente mala pero es que parece un puzle hecho con piezas encajadas a la fuerza de varios puzles distintos. En manos de Spielberg, si realmente la ha rodado él, podría haber sido una de las películas familiares de los últimos años pero quiso ser trueno y se quedo en lamento. Para mi sorpresa, hubo aplausos en la sala pero los atribuyo a que por fin se acababa la película. Le daremos otra oportunidad con Las aventuras de Tintín que se estrenará en breve y, si sigue igual, definitivamente podremos decir sin temor a equivocarnos que Spielberg chochea.