MESON EL GALLO


Situado en el valle de Ferreríes dirección a Cala Galdana se enuentra este auténtico y fabuloso predio menorquín, con más de 200 años de historia que todavía se respira por sus rincones,  convertido en mesón  por una familia andaluza desde hace más de 30 años. Cada paso que das adentrándote en el restaurante tienes la sensación de retroceder una década en el tiempo. El mesón te recibe con una barra de madera auténcia que conserva un aroma a western mexicano. Las paredes son blancas resplandecientes y la decoración simplista y austera a la par que colorida y con solera. Cuenta con dos fabulosos salones, “el viejo” que es que permanece operativo todo el año y “el nuevo” que acondicionan y dan vida en temporada de verano. Aunque sin duda, la joya de la corana es una terraza arropada por chumberas y amplios espacios que pueden hacer las delicias de una fantástica velada de verano bajo un visible cielo menorquín. No en vano, el mesón recibe el nombre de El Gallo aunque en realidad la finca se llama “Son Martorellet” porque, al parecer, la privilegiada elevación del predio con respecto a la otra decena de predios de la comarca permitía que el gallo que habitaba en “Son Martorellet” fuese escuchado con más facilidad en todo el valle mientras que los cantos de los gallos de los otros predios, no. Es cierto que está más alto que otros puntos de la isla lo que le otorga algunas ventajas en ese eterno y complicado puzzle de vientos que es Menorca. Da la sensación que por el día pudieras pasar calor encerrado en un vetusto salón castigado por el sol veraniego pero una hábil combianción de ventanas y ventanucos para generar corrientes de aire consigue un aire acondicionado natural que para sí lo quisieran muchos restaurantes de nueva creación.
La acogida al restaurante por Antonio, uno de los motores del lugar, es cálida y, si no te gusta que te hablen mucho, excesiva. No era mi caso. La hospitalidad del anfitrión sirvió para recopilar gran parte de la información contenida en este artículo y para olvidarte del mundanal ruido a la vez que te sumerge en lo que había ido a hacer allí, cenar.
La disposición de las mesas es perfecta para invierno. Puedes tener algún problema si hay muchos comensales  al tratarse de mesa corrida y banco corrido con lo que siempre corres el riesgo de que se te siente alguien que no te guste demasiado cerca. Pero por otro lado, la chimenea en funcionamiento en un día invernal (recordemos que está abierto) puede convertir tu cena o comida en única.
La carta es corta pero sin fisuras. No hay pescado. Consta de unos veinte entrantes a base de ensaladas, sopas, entremeses y buen abanico de tortillas así como pimientos del piquillo y huevos fritos. Opté por una ensalada El Gallo óptimamente presentada con verduras de la tierra y grandes porciones de atún. Muy buena.
Tuvieron a bien, además, traer a la mesa una aceitunas para matar la espera. Aceitunas de calidad superior. Acuérdate de pedirlas si no te las traen.
El pan también tiene su historia. Es pan de pallés. Sin sal. En forma de hogaza y elaborado por un panadero de Ferreríes con solera y tradición no te dejará indiferente.


El fuerte del mesón El Gallo sin duda son las carnes. Las carnes a la brasa en concreto. Resulta difícil destacar unas sobre otras. La propia elección no es fácil. Ahí tienes que tener cuidado, el hábil jefe de sala intentará arrancarte algún plato de mas en la comanda. Pide lo que te vayas a comer y si te quedas con hambre (cosa improbable), pide más. Chuletas de cordero y conejo a las finas hierbas con “all i oli” fueron la opción en esta ocasión. Con el pollo sucede que suele ser el plato más barato de las cartas de carnes y, si lo pides, alguien puede pensar que lo haces por razones económicas. Si fueses así, tampoco pasaría nada pero en este lugar (y en alguno otro que he probado), se da la circunstancia que el pollo a la brasa es uno de los mejores platos que puedes pedir.



Las carnes van emplatadas con una guarnición fija compuesta de tomate, un fantástico pimiento verde y las mejores patatas fritas de poniente, peladas y cortadas a mano instantes antes de traer el plato a la mesa.
La carta de vinos también puede mejorarse aunque si preguntas por alguna rareza fuera de carta te puedes llevar la sorpresa que yo me llevé. Un semicrianza menorquín llamado Hort de San Patrici, made in Ferreríes, que colmó y superó todas mis expectativas hasta el punto de tener que solicitar un decantador (que por cierto, tenían) ya que el vino lo pedía. Es un vino que no entra por los ojos, su aspecto es pobre pero en nariz ya se hace fuerte y en boca, defintivamente convence. Sabes que el vino puede desinflarse por completo a medida que la cena avanza. No es el caso. Este sorprendente vino aguantó como un campeón hasta el final.


Veinte euros del ala costó el vinito, pero bueno. Creo que Menorca necesita un poco de humildad si quieren que la gente consuma sus vinos pero ese es otro cantar.
Café y un estupendo licor final obsequio de la casa hicieron de la visita a este mesón una gran experiencia.

Una cena para dos personas puede costarte menos de cincuenta euros en función del vino que te pidas. En mi caso, dos carnes, un entrante, un buen vino, pan y café supusieron cincuenta y cinco euros.

Los postres seguro que son fantásticos pero yo no  los probé.  De lo que no cabe duda es que la mención de “cocina familiar” que hace la tarjeta de visita del lugar, no es ninguna mentira. Yo añadiría manteles y servilletas de tela y copas más grandes para darle el todavía más empaque al lugar, pero, aún sin todo eso, el Mesón Restaurante El Gallo es un lugar que debes de probar. Kikiriki!